
A comienzos de los años 60, la persistente ausencia de signos de daño cerebral en estos niños condujo a una nueva evaluación del cuadro clínico, el que comenzó a ser llamado Disfunción cerebral mínima, tomando en cuenta que no existían signos de daño cerebral pero sí tenían los denominados signos “blandos o mínimos”, que pasaron a ser considerados como signos de alteración funcional del cerebro.
Entre la década de los 50 y los 70, otra de las denominaciones del actual TDAH fue Síndrome hiperquinético. Paulatinamente, a partir de 1980 y en sucesivas revisiones del Manual Diagnóstico y Estadístico de la Asociación Psiquiátrica Americana (DSM), se le pasó a denominar Trastorno por déficit de atención –con hiperactividad y sin hiperactividad-. Finalmente, con la aparición del DSM IV (la cuarta revisión del manual mencionado), desde 1994, se le comienza a denominar Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad, en el cual se reconocen tres variedades, dependiendo de que se encuentren ambos componentes –déficit de atención e hiperactividad- o de que exista la presencia predominante de cualquiera de ellos.
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